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165373 Templo de Santa Clara, Querétaro

165373 Templo de Santa Clara, Querétaro

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Este modelo fue realizado dentro del Proyecto 'Querétaro en el Mapa', implementado por el Municipio de Querétaro a través del Programa Hábitat, Vertiente Centros Históricos, contando con el apoyo del Gobierno Federal por medio de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU). En principio las religiosas vivieron en una casa adaptada para convento, frente a la huerta de los frailes franciscanos (hoy calles de Juárez y Pino Suárez). Permanecieron ahí veintiséis años. Después de trasladaron al espacio actual donde tuvieron todas las habitaciones necesarias de un monasterio de clausura. Este convento fue uno de los más grandes y de los más ricos, además de las tierras que poseyeron, otorgadas en las capitulaciones de la fundación por Diego de Tapia y Hernando Cardoso, las monjas recibieron legados y donaciones. Fuera de los muros también hubo riquezas, el convento fue dueño de casas habitación que arrendaba, estancias, tierras de labor, haciendas de ganado mayor y menor, unas para renta y otras para consumo propio. En el aspecto económico este monasterio fue muy próspero durante los siglos XVII y gran parte del XVIII, sin embargo en algunas ocasiones estuvo al borde de la quiebra, mucho dependió de la honradez de los mayordomos o administradores. El templo actual fue dedicado en 1668, su construcción es producto del esfuerzo de los indios que trabajaron bajo la dirección de José de Bayas Delgado, arquitecto-ensamblador. Acusa un estilo arquitectónico clásico, del renacimiento tardío, portadas muy sobrias de dos cuerpos, la una dedicada a San Francisco y la otra a Santa Clara. Los escudos de la ciudad y de Diego Tapia, invertidos con respecto al lugar que ocuparon los originales, son modernos, del siglo XX, los anteriores se rasparon después de la Independencia. Las imágenes de la cornisa estuvieron en el segundo nivel, donde ahora hay ventanas. El interior es de una sola nave, como casi todas las iglesias de monjas de la Nueva España. Los tres primeros tramos que dan al oriente pertenecen a los coros, sitio donde las monjas pasaban gran parte del día rezando y cantando el oficio divino, como su principal obligación. Todos los muros siempre estuvieron ornados con retablos, pero éstos no siempre fueron los mismos, la moda, la incuria y la generosidad de los fieles facilitó la sustitución continua. Basta decir que el altar mayor ha sido cambiado más de cinco veces. Los seis magníficos retablos dorados que hoy se pueden ver a lo largo del templo son obras del siglo XVIII, el más antiguo, dedicado a San Juan Nepomuceno, lo inició el ensamblador Luis Ramos Franco y lo terminó el escultor Pedro de Rojas. Los demás dedicados al Santo cura de Ars, a los Arcángeles, a la Virgen de Guadalupe, a la Virgen de los Dolores y a Santa Coleta, son obra de Francisco Martínez Gudiño, cuya inspiración fueron en gran medida los grabados de los hermanos Klauber. Todos los retablos conservan esculturas y escasamente pintura. Entre los lienzos se puede mencionar una Guadalupana de Miguel Cabrera, colocada posteriormente en el retablo que fue del Tránsito de María, y los que corresponden a escenas de la vida de San Juan Nepomuceno firmados por Agustín Ledesma. Colaboraron en la ornamentación de templo y convento, en distintos tiempos, los artífices más afamados de la ciudad de México y del Bajío, también lo hizo a finales del siglo XVIII el arquitecto celayense Francisco Eduardo Tresguerras. Es posible que de él sean las pinturas del interior de la cúpula. El presbiterio ostenta un altar estrenado en 1845, construido en un estilo arquitectónico muy diferente, formas neoclásicas, del gusto de la época. En los flancos hubo pintura mural, hoy desaparecida. La fachada del coro es una de las más ricas entre las de su género, es como si se levantara un telón para dejar ver la función cotidiana que ahí se celebraba: castidad, obediencia y sinceridad representadas por tres magníficos relieves femeninos en el primer cuerpo. En su interior conserva también varios retablos del siglo XVIII, algunas pinturas del queretano Tomás Xavier de Peralta y en el sótano el cementerio donde se sepultaba a las monjas, pues ni muertas salían de la clausura. De aquel inmenso convento que abarcó lo que hoy son tres manzanas, ubicadas en las actuales calles de Madero, Allende, Hidalgo y Guerrero, sólo permanece el templo, la portería (acceso a la capilla de Jesús de las Tres caídas) y la fachada de una capilla doméstica que da hacia el jardín Guerrero. Todo lo demás fue destruido paulatinamente, desde la publicación de las Leyes de Reforma. En 1863 salieron las monjas, regresaron meses después y en 1864 las exclaustraron definitivamente. La iglesia permanece al culto, desde 1921 el obispo la destinó a la Parroquia del Sagrado Corazón, cuya imagen ha desplazado a la de Santa Clara. En 1994 se restauró el templo y en 1998 se reparó una parte del antiguo convento que sirve como vivienda al párroco. TEXTO: Extracto del Catálogo de Monumentos Históricos Inmuebles, INAH. #queretaro_en_el_mapa

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